Jane Austen



Jane Austen (16 de diciembre de 1775 – 18 de julio de 1817) fue una destacada novelista británica, que vivió durante el período de la regencia, es decir entre la época georgiana y la victoriana. La ironía que emplea para dotar de comicidad a sus novelas hace que Jane Austen sea contada entre los "clásicos" de la novela inglesa, a la vez que su recepción va, incluso en la actualidad, más allá del interés académico, siendo leídas por un público más amplio.
Nació en la rectoría de Steventon, Hampshire. Su familia pertenecía a la burguesía agraria, contexto del que no salió y en el que sitúa todas sus obras, siempre en torno al matrimonio de su protagonista. La candidez de las obras de Austen, sin embargo, es meramente aparente; si bien pueden interpretarse de varias maneras. Los círculos académicos siempre han considerado a Austen como una escritora conservadora, mientras que la crítica feminista más actual apunta que en su obra puede apreciarse una novelización del pensamiento de Mary Wollstonecraft sobre la educación de la mujer.
Sus obras han sido llevadas al cine en diferentes ocasiones, algunas veces reproducidas de forma fiel, y en otras haciendo adaptaciones a la época actual, como es el caso de Clueless, adaptación libre de Emma, o bien Sentido y sensibilidad, de 1995; Mansfield Park, de 2000, y las versiones de Bride and Prejudice (dirigida por Gurinder Chadha) en el 2004, y en el 2005 Orgullo y prejuicio (dirigida por Joe Wright), ambas basadas en la célebre Pride and Prejudice. El interés que la obra de Jane Austen sigue despertando hoy en día muestra la vigencia de su pensamiento y la influencia que ha tenido en la literatura posterior.

martes, 16 de febrero de 2010

Orgullo y Prejuicio

Jane Austen es una autora reputadísima en sus tierras natales, aunque por otros lares se le cuelgue en muchas ocasiones la etiqueta de «ñoña», por la candidez e inocencia que rezuman sus tramas y la monotonía de sus personajes. Y todo ello puede ser cierto, sí, pero no empaña el hecho de que leer sus novelas proporciona ratos de diversión como pocos libros lo hacen. “Orgullo y prejuicio” es una de sus mejores obras, y aunque haga gala de esos defectos mencionados, no deja de ser una historia simpática, irónica y entrañable.

Los sinsabores por los que pasa la protagonista, Elizabeth Bennet, hasta ser consciente de los sentimientos que la unen al señor Darcy, son narrados por Austen con delicadeza y paciencia, desgranando una historia que es tan simple como lo que parece: el despertar de un amor. Y aunque los personajes de esta novela no estén a la altura de otros —la fabulosa Emma, sin ir más lejos—, el caso es que hay alguno que se hace imprescindible. Por ejemplo, la misma protagonista, cuya personalidad se va construyendo a lo largo del libro de forma bastante sutil (recuerden que hablamos de un libro publicado en torno a 1813), o su madre, que con unas apariciones fugaces y previsibles, se revela como una mujer fatua, pendiente de la opinión de los demás y absolutamente despreocupada por la educación de sus hijas.

Quizá éste sea uno de los rasgos más notables de Austen como escritora: su capacidad
para perfilar el carácter de un personajes con apenas cuatro intervenciones; cada uno se define por su actuación y (dado que nos encontramos con una novela de hace casi doscientos años), sobre todo, por sus alocuciones. Y podría parecer un rasgo sin importancia si no fuera porque es un elemento capital en la construcción de cualquier historia, y en muchas ocasiones se deja de lado como si no contribuyese a la formación de una idea del personaje, a crear un ente de ficción.

Bien es cierto, claro está, que las circunstancias sociales y culturales en las que vivió la escritora inglesa la constriñen a la hora de perfilar los comportamientos de esas creaciones. Elizabeth Bennet es una mujer inteligente, avispada y desenvuelta, pero cuando repara en el amor que siente hacia Darcy cae rendida a sus pies con todo el recato y la sumisión que se esperaba de una fémina en el siglo XIX. El propio Darcy aconseja a su amigo, el señor Bingley, que no se case con Jane Bennet (entre otras razones) por la evidente diferencia entre clases que les separa.
Todo ello no obsta, empero, para que la deliciosa y refinada ironía de Austen asome de cuando en cuando y aseste un duro golpe a determinadas tradiciones o creencias; o, simplemente, nos deleite con unos diálogos llenos de lo que hoy en día no dudaríamos en calificar de «mala leche». El padre de Elizabeth, sin ir más lejos, ofrece algunas intervenciones memorables en cuanto a las «costumbres» domésticas de su esposa, o al comportamiento díscolo de sus hijas menores. La propia narradora puntea de observaciones sagaces toda la novela, empezando, desde luego, por sus célebres primeras palabras: «Es una verdad de todos conocida que el soltero en posesión de una buena fortuna ha de estar buscando esposa.»

Esa ironía es lo que diferencia a “Orgullo y prejuicio” (y, por extensión, a otras obras de Austen) de otras novelas menores del mismo periodo, que se dejan caer en lo sentimental y en la mera representación costumbrista sin aportar ningún rasgo diferenciador interesante. El humor, la sátira y la caricatura que la inglesa utiliza en sus obras nos muestran una época de restricciones, una sociedad de apariencias, una cultura de ostentaciones, donde uno sólo era lo que podía conseguir aparentar. Mostrar todo eso con cierta seriedad sería, qué duda cabe, bastante aburrido.

Como aburrido resulta también leer una novela tan repleta de faltas de ortografía, por cierto. La falta de correctores no es ningún secreto, desde luego, pero que un libro editado con cierto encanto, con una traducción (bastante floja, por cierto) estrenada para la ocasión, carezca por completo de una revisión es algo que clama al cielo. En concreto, las tildes parecen haber sido obviadas a la hora de editar la novela; y es que un corrector ortográfico de procesador de textos, señores de Destino, no compensa la ausencia de una labor tan indispensable como olvidada. Una manera burda e incompresible de afear una lectura tan grata, por desgracia.